Manuel Barreiro Barreiro (O Grove, 1951), es un escultor, ceramista y luthier, también conocido con el seudónimo de Paparolo. Tras obtener la licenciatura en Ciencias Biológicas por la USC, se introdujo en el mundo del modelado a través de la Escuela de Artes y Oficios de Santiago de Compostela, donde también impartió clases. Todo ello implicó que años después, entablase relación con Isaac Díaz Pardo y Xosé Vizoso, participando activamente en las iniciativas del Seminario de Estudios Cerámicos de Sargadelos, donde profundizó en el universo de la cerámica. Afincado ya como artista en su estudio de Santiago de Compostela, comenzó a desarrollar su actividad, primero como muralista y, posteriormente, como escultor. Prueba de ello es que participó en la primera exposición de cerámica contemporánea que se organizó en Galicia (Casa da Parra, Tendencias, 1987). Expuso tanto en salas de exposiciones públicas (Casa da Parra, Colegio de Arquitectos de Galicia, Museo do Pobo Galego) como galerías privadas (Trinta, Aldaba, Cardani), y cuenta con obras para diversos edificios públicos.

Aun posicionándose como escultor, siempre abogó por el uso de las arcillas en las artes plásticas, desobedeciendo la tradición escultórica y su predilección por los materiales nobles. Su interés por un material históricamente considerado menor, como la cerámica, lo llevó a desarrollar una técnica propia. Para la elaboración de sus murales, adoptó un enfoque arquitectónico, inspirado en paisajes y construcciones de civilizaciones antiguas y extintas—como Petra o Pompeya—y, en su última etapa muralista, en figuras como Ricardo Bofill y Michael Graves.

Su obra gira en torno al concepto de la (re)generación, vinculado a la transformación de los estados de la materia, lo que configura su imaginario artístico. Se trata de un desarrollo autónomo, constante, alquímico, cuyo hilo conductor es la eliminación de toda huella de expresión manual, ocultando cualquier rastro del proceso creador para sugerir una producción circular, viva, genética y cerrada de la propia escultura. Tras su etapa como muralista, transicionó hacia el volumen, aunque inicialmente concibió la escultura desde un enfoque bidimensional, como se aprecia en su serie «Homiños», o en «Paseante», deformando el plano. Más adelante, su exploración del volumen lo llevó a debatirse entre la abstracción y la figuración, una dualidad que marcó el resto de su trayectoria. En esta fase, sus esculturas, realizadas en terracota, bronce o aluminio pulido, reflejan la evolución de su lenguaje plástico. En años recientes, su obra ha experimentado un nuevo giro hacia un enfoque más cerámico, apostando por el uso de esmaltes de alta temperatura. Sus últimas piezas exploran la noción de «improvisación calculada», en las que la forma se subordina al tratamiento del color desde una perspectiva contemporánea.